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Un viaje al pasado: Así era la Operación Salida en la España del SEAT 600 hace 60 años

Se cumplen 68 años desde la matriculación del primer SEAT 600, un coche que no solo fue un vehículo, sino un símbolo de libertad y progreso en España. Pero, ¿cómo era la «Operación Salida» en aquel 1965, hace exactamente 60 años, comparada con el panorama actual? La evolución es asombrosa, pasando de epopeyas familiares a viajes eficientes y conectados. Hace 60 años, el parque automovilístico español era significativamente menor y mucho menos diverso. El SEAT 600, el «pelotilla» era, sin discusión, el coche más popular y vendido. Para el ciudadano de a pie, adquirir uno era un logro que simbolizaba la incipiente prosperidad y la posibilidad de moverse con libertad. Un SEAT 600 nuevo costaba alrededor de 63.500 pesetas en 1965 (equivalente a unos 380 euros actuales, pero con un poder adquisitivo muy diferente). Por ejemplo, el salario mínimo interprofesional en España en 1966 (el año más cercano con datos disponibles de SMI oficial) era de unas 2.520 pesetas al mes. Esto significa que un SEAT 600 representaba el equivalente a más de 25 salarios mensuales completos. Comprar un coche era una inversión enorme, a menudo requería ahorros de años y, en ocasiones, largas listas de espera para conseguirlo. Otros vehículos que comenzaban a verse, aunque en menor medida, eran modelos de SEAT como el 1400 o algunos vehículos de importación, mayoritariamente de Fiat y Renault. El precio del combustible también era distinto. Aunque los datos exactos del precio de la gasolina súper en 1965 son difíciles de precisar con exactitud, a principios de los años 80, la gasolina rondaba las 72 pesetas el litro. Extrapolando y considerando el contexto económico, el litro de gasolina en 1965 se situaría en una fracción de ese valor, posiblemente entre 8 y 15 pesetas. Un coste elevado si se compara con el salario medio de la época. Las paradas en carretera también tenían su particular encanto. Un menú en un restaurante de carretera no ofrecía la diversidad y calidad de hoy, pero cumplía su función. Aunque no hay datos específicos de 1965, un menú sencillo podía costar unas 25-50 pesetas, ajustándose a los bolsillos de la época y siendo una parte fundamental de la «epopeya» del viaje, donde se podían comprar frutas frescas o llenar el botijo. En los años sesenta, cargar el SEAT 600 para ir de vacaciones era una hazaña. Cuatro personas (a veces cinco), maletas apiladas en la baca, la nevera de corcho con filetes empanados y la radio amenizando el trayecto con Lola Flores. El habitáculo era estrecho, con asientos sin reposacabezas y un cuadro de mandos «de juguete». La ventilación dependía de las ventanillas, la calefacción del calor residual del motor, y el equipaje se repartía por cualquier rincón disponible. Recorrer 400 kilómetros hasta la playa podía llevar 10 horas, una travesía llena de curvas, travesías por pueblos sin circunvalaciones, y las inevitables paradas por un pinchazo o el «calentón» del motor. Sin aire acondicionado ni GPS, perderse era parte de la aventura, y las paradas para el «pipí» o el «pitillo» eran constantes. El 600 era estrecho, se viajaba hombro con hombro a nada que piloto y copiloto fueran un poco grandes: el roce hace el cariño decían entonces. Plásticos duros, asientos sin reposacabezas y con tapicería de skay, ventanas de manivela y un cuadro de mandos mínimo en tamaño e información que parecía más de juguete que de coche. La ventilación dependía de abrir un poco la ventanilla y la calefacción aprovechaba el paso del aire por la zona del motor y el equipaje se repartía entre el minúsculo maletero delantero, la baca y las piernas de los pasajeros. La carretera era un espacio más artesanal. Los carteles del toro de Osborne marcaban el paisaje y la Guardia Civil, omnipresente, regulaba cruces con capa o ayudaba a los conductores extraviados. Un viaje largo era sinónimo de llevar una caja de herramientas y un bidón de agua, ya que las averías mecánicas, como los motores recalentados o las bujías rebeldes, eran pan de cada día. Los coches apenas superaban los 100 km/h, y cada adelantamiento era una maniobra de estrategia militar. Las carreteras nacionales atravesaban todos los pueblos del camino: semáforos, pasos de peatones, y ni una circunvalación a la vista. Eso sí, te podías parar a comprar fruta, llenar el botijo en una fuente o preguntar a la Guardia Civil cómo se llegaba a cualquier sitio. Sesenta años después, el contraste es abismal. Un SEAT León e-Hybrid de última generación ofrece un «salón rodante» con asientos ergonómicos, pantalla de 10 pulgadas, climatizador bizona, y asistentes que corrigen si te sales del carril. El equipaje viaja en un maletero espacioso, y la lluvia o la noche ya no son un problema gracias a sensores y luces inteligentes. Los 400 kilómetros a la playa se recorren ahora en 4 horas o menos por autovías bien asfaltadas, con áreas de servicio equipadas con WiFi, paneles informativos y, progresivamente, cargadores eléctricos. Los híbridos enchufables permiten recorrer más de cien kilómetros en modo eléctrico puro antes de que entre el motor térmico. La fiabilidad mecánica actual permite hacer miles de kilómetros sin abrir el capó, aunque si algo falla, se recurre a la asistencia en carretera. Mirando otros sesenta años hacia adelante, la DGT especula con un futuro donde la conducción humana podría ser anecdótica. El «SEAT 600 de 2085» podría ser una cápsula autónoma que nos lleve a la playa mientras vemos una serie o dormimos. Sin volante ni pedales, todo sería gestionado por sensores, radares e inteligencia artificial, con propulsión limpia y recarga en marcha. Los algoritmos velarían por el cumplimiento de las normas, eliminando la posibilidad de errores humanos o excesos de velocidad. El viaje en coche ha sido, y sigue siendo, un reflejo de la evolución social y tecnológica de España. De la aventura entrañable a la comodidad conectada, el futuro promete una transformación aún mayor que podría cambiar para siempre nuestra relación con la carretera.

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