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Al otro lado de la brecha generacional

Como consecuencia, hoy los 'baby-boomers' británicos (1945-1964) atesoran el 78% de la riqueza inmobiliaria del país y los mayores de 65 son el 'bracket' de edad más rico. Mientras tanto, sus hijos, esa generación X que comienza a acercarse a la jubilación, son la cohorte que más problemas tendrá para pensionarse Como el malo de Blade Runner, que había visto naves ardiendo más allá de Orión y rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser, yo he visto lo que hay al otro lado de la brecha generacional que estamos viendo abrirse. No he tenido que ir tan lejos. Una parte muy importante de mi familia es británica, de la zona industrial del norte del país. A diferencia de lo que ocurrió en España, en Reino Unido el baby-boom y el desarrollismo llegaron al finalizar la Segunda Guerra Mundial. En realidad fue así en toda Europa y en EEUU. Nuestro país fue una excepción porque la dictadura nos mantuvo anclados al pasado y pospuso esos fenómenos en torno a dos décadas. Como consecuencia, casi todo en Europa pasó, más o menos, 20 años antes que aquí.  Después España hizo un extraordinario ejercicio para ponerse al nivel del resto del continente –modernizando sus infraestructuras, ampliando su estado de bienestar, democratizando la educación y desplegando la seguridad social– así que, a día de hoy, es un país perfectamente comparable con sus vecinos europeos. Pero ese desfase en la historia de la segunda mitad del siglo XX nos brinda una oportunidad extraordinaria: podemos observar en Reino Unido, como hemos visto en EEUU. el anticipo de los procesos que todavía están por ocurrir aquí. En Reino Unido, como en España, los baby-boomers protagonizaron una explosión del bienestar inédita en la historia solo que en décadas distintas. Allí no fue en los 70, sino en los años de la posguerra. Se crearon los sistemas de salud pública, se cubrieron los empleos necesarios para sostener el nuevo Estado del bienestar, nacieron nuevas industrias impulsadas por la reconstrucción económica y se construyó una parte muy importante del parque de vivienda. En ambos casos, se hizo con promoción pública, pero destinadas a la compra privada. Crecimiento en Inglaterra y Gales desde 1856. Como consecuencia, una generación vio mejorar sus condiciones de vida hasta niveles que no hubiera sido posible ni imaginar hasta aquel momento.  Cuando les llegó el turno a los hijos, las tornas habían cambiado. Eran los años 80 y el gobierno de Margaret Thatcher promovía activamente la reconversión de áreas enteras que habían sido la cuna de la industria desde los tiempos de Adam Smith.  Esa generación intermedia –nacida entre 1965 y 1980 y que se solapa, en parte, con los baby-boomers españoles – creció pensando que iba a encontrar las mismas oportunidades que sus padres pero cuando llegó a la edad adulta no encontró nada. Más allá de Londres, que siempre ha sido una fuerza independiente, en el resto del país no volvió a haber ni un modelo de crecimiento, ni de vida. El paro en aquellos años llegó a rozar el 13% (en un país acostumbrado al 4%), la desindustrialización no fue sustituida por ninguna otra actividad y, lo que es más importante, no se volvieron a construir más viviendas para que esa generación tuviera las mismas oportunidades de acceder a un patrimonio que sus padres.   Como consecuencia, hoy los baby-boomers británicos (1945-1964) atesoran el 78% de la riqueza inmobiliaria del país y los mayores de 65 son el bracket de edad más rico. Mientras tanto, sus hijos, esa generación X que comienza a acercarse a la jubilación, son la cohorte que más problemas tendrá para jubilarse: solo el 22% confía en tener suficientes ahorros (las pensiones en Reino Unido requieren que el trabajador vaya contribuyendo durante su vida laboral). A diferencia de los baby-boomers españoles, los británicos tienen edad de sobra para tener nietos mayores de edad. ¿Cómo les va a esos nietos? El 13% de los jóvenes menores de 24 años ni estudia, ni trabaja, ni se está preparando para ninguna ocupación. Un millón de personas. Y esas cifras están maquilladas porque el dinamismo de Londres y las grandes ciudades de Irlanda y Escocia enmascaran la magnitud de la tragedia en el resto del país. Por comparar, en España, un país que tiene una cifra de paro que duplica a la del Reino Unido, esa tasa está por debajo del 10% y no deja de bajar, mientras que allí no deja de subir; está en máximos históricos. A ras de suelo, lo que se observa por todas partes es un país que se ha ido depauperando con el paso del tiempo. Los centros de las ciudades industriales del norte de Inglaterra se han quedado detenidos como la expresión inerte de una grandeza marchita; un escenario en el que la infraestructura del pasado convive con la precariedad del presente. Los antiguos almacenes y fábricas de ladrillo rojo, que una vez zumbaban con la energía de la Revolución Industrial, se alzan ahora como monumentos al abandono. Han sido sustituidos por una colección de escaparates vacíos y tiendas low-cost donde se alternan los anuncios de habitaciones en alquiler con carteles que explican qué hacer en caso de presenciar una sobredosis.  En el medio, una juventud que transita sin ningún plan entre contratos temporales, subsidios menguantes y trabajos de plataforma. La vida comunitaria, que en su día giraba en torno a la fábrica, la parroquia o el vecindario, se ha deshilachado. El drama del norte de Inglaterra –como el del medio rural americano, como el que asoma en España– tiene dos componentes: un modelo económico industrial que murió sin descendencia y un conflicto generacional que divide a la sociedad en dos partes: entre quienes creen que lo que tiene que pasar es que vuelva lo de antes y quienes entienden –aunque sea por intuición– que no va a volver. Y todos están enfadados, unos porque no entienden que se les acuse de estar acumulando la riqueza, otros porque sienten que están siendo excluidos de la sociedad. Entre medias, hay algunas voces. En España, una de ellas es la de Javier Burón, una de las personas que más cosas –concretas, prácticas– han hecho por resolver el problema de la vivienda.  Su último libro es una lectura obligada para cualquiera que quiera entender cómo lo que hemos llamado “problema de la vivienda” esconde en realidad un problema generacional en torno a la riqueza y la evolución del país de los últimos 50 años. Desde su posición vital, que está un poco entre dos aguas, a medio camino entre los baby-boomers españoles y los millennials, en nuestra exigua generación X, Burón ha escrito un libro que, más que un manual técnico, es un ejercicio por coser esa brecha que se abre ante nosotros.  Y es que anticipar las cosas que están por venir puede ser una oportunidad, pero solo si sabemos aprovecharla para cambiar el rumbo. Si no, nos pasará como al malo de Blade Runner y todo eso se perderá en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
eldiario
hace alrededor de 21 horas
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