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¿Dónde está la política para adultos?

Para satisfacción de Esperanza Aguirre, el PP está dando la batalla cultural que reclama con Madrid como referente de una derecha con pocos frenos y menos escrúpulos El discurso del PP sobre Gaza: silencio ante las matanzas, defensa de Israel y críticas a Sánchez El nivel de la política española o de una parte de ella se constata en el mensaje que desde la cuenta oficial del PP se compartió tras el fracaso de Melody en Eurovisión. En la imagen aparecían la cantante y el presidente del Gobierno cuando este la recibió el pasado 5 de junio en La Moncloa. Aprovechando la fotografía, el texto del PP era el siguiente: “No es culpa tuya, Melody. Tú lo hiciste muy bien, pero…”. Para ser la cuenta de un partido cuyo líder prometió elevar el nivel y ofreció “política para adultos” no está mal.  Las recetas de la antipolítica hace tiempo que contaminan las estrategias de la mayoría de formaciones pero especialmente las de una derecha que, acuciada por la extrema derecha, es incapaz de presentar una alternativa que no pase por discursos asimilables a los de formaciones ultras que cualquier demócrata debería combatir.  Las dos últimas fotos, de esta semana en el Congreso, situándose al lado de Israel después de que haya asesinado a más de 60.000 palestinos, y negándose a que la Mesa de la Cámara pueda retirar la acreditación a agitadores de extrema derecha que intentan hacerse pasar por periodistas, retrata bien esta alianza entre PP y Vox. No es que suceda solo en España pero el matrimonio entre la derecha tradicional y los ultras (surgidos de sus propias filas) empezó antes aquí que en otros países puesto que el PP ya hace tiempo que comparte gobiernos con ellos. En las autonomías y ayuntamientos en los que se reparten el poder se han eliminado las subvenciones a los sindicatos, ONG y colectivos LGTBI o se han derogado medidas relativas a Memoria Histórica. Para satisfacción de Esperanza Aguirre, el PP ya da la batalla cultural, esa que tanto le gusta a ella y cuyo referente es Isabel Díaz Ayuso.  La presidenta madrileña ha arrinconado a Vox en su comunidad porque es difícil encontrar las diferencias entre sus propuestas y las del partido de Abascal (y en lo que discrepan pasa de puntillas porque así no se nota). “La capital del capitalismo”, en acertada definición de Javier Aroca, es el máximo exponente de una derecha con pocos frenos y menos escrúpulos. Le sale bien y, según las encuestas cada vez mejor, porque el viento en Europa sopla a favor de una cultura hiperemocional en la que el progresismo (expresión que una parte de la izquierda también denosta) está siendo derrotado. Un conservadurismo con tintes reaccionarios se beneficia de un descontento que existe, es real, aunque esté más o menos justificado. No solo se antepone el individualismo a la comunidad sino que a quien más le convendría mantener esa conciencia colectiva y luchar por sus intereses acaba votando a partidos que velan por otros beneficios, los de la clase que les oprime y que es origen del malestar inicial. ¿Enrevesado? No, es desandar la lucha de clases de toda la vida.     “A la izquierda se le da muy bien decir lo que le parece mal y apenas se atreve a hablar de lo que le parece bien, aquello por lo que lucha y por lo que quiere luchar”, advierte el activista alemán Jean-Philippe Kindler en su ensayo ‘A la mierda la autoestima, dadme lucha de clases’ (seriecero). En línea con los discursos trumpista y ayusista ha calado la idea de que los ricos lo son porque se lo han ganado. Es una versión extrema de lo que Michel J. Sandel definió como la tiranía del mérito, basada en la falsa premisa de que todos somos dueños de nuestra suerte, como si las condiciones socioeconómicas familiares no influyesen en nada. Sandel, al que podréis leer este domingo en ‘El rincón de pensar', defiende que los llamados perdedores de la globalización consideran, a menudo con razón, que las élites económicas y políticas no les tienen en cuenta e incluso les respetan más bien poco. Ahí es por donde se cuela la derecha y la extrema derecha, con discursos simplistas y que tampoco les resuelven los problemas. Pero, al menos, hacen ver que les escuchan pese a que lo que más les convendría no se lo ofrecen: sanidad, educación y servicios públicos que funcionen. El resto pueden sobrevivir igualmente porque o no necesitan ascensor o parten de más arriba. “Olvídate de tu carrera. Hoy lo que importa es la herencia”, sentenció la revista 'The Economist', un referente en la prensa económica cuya visión, pese al elitismo evidente, acostumbra a identificar tendencias más allá de su liberalismo. Para combatir mantras como este y otros como el denostado ‘wokismo’ (un concepto que surgió en Estados Unidos para combatir discriminaciones raciales y ha acabado siendo una arma contra la izquierda incluso desde sectores próximos), lo que se necesita es más política. Kindler lo teoriza en su libro y no le falta razón. La izquierda no logrará levantar cabeza solo con políticas identitarias, que es evidente que deben existir, o refugiándose en la trinchera.  “Los partidos de tradición obrera siempre han estado cerca de la vida. Conocían la realidad de la gente que vivía del trabajo de sus manos. Defendían valores básicos como la solidaridad, anclándolos en la vida de los trabajadores. Los debates de los líderes de opinión en los medios académicos, los códigos de indignación digital y los hashtags, que no suelen durar más de unas horas y no cuentan nada, no pueden sustituir todo esto”, reflexionó Fabio de Masi, exdiputado de Die Linke y experto en economía que aparece citado en el libro de Kindler. En España, la mejor excepción a ese individualismo del sálvate cómo puedas lo simbolizan las plataformas en defensa de la vivienda. Muchos de sus integrantes son jóvenes que han entendido que la solución al principal problema de este país solo puede ser colectiva. Y que la respuesta deberá ser política. Más política y más valiente.  
eldiario
hace alrededor de 22 horas
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