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Cómo distinguir el bien y el mal, sin gafas

Cómo distinguir el bien y el mal, sin gafas
Hace tiempo que la brújula moral de Occidente empezó a fallar. La mayoritaria indiferencia hacia el genocidio en Gaza solo es una muestra más de ello. No habría habido genocidio sin el permiso de Trump y el aplauso de sus aliados ideológicos. La lógica de los terroristas y los dictadores nunca debería ser la nuestra Nadie ha hecho tanto daño a la viabilidad del Estado de Israel como Netanyahu. Nadie ha alimentado el antisemitismo y el antisionismo tanto como él. Y el mandatario israelí es perfectamente consciente de que sus acciones han dilapidado la merecida empatía que los judíos reciben desde tiempos del Holocausto. Lo mismo puede decirse en sentido inverso. Además de por sus atroces acciones terroristas y por el vil secuestro el 7 de octubre de 2023 de los rehenes israelíes –esos rehenes cuyas vidas también la han dado igual a Netanyahu durante tantos meses–, es evidente que Hamás ha sido uno de los grandes saboteadores de la creación de un Estado palestino funcional. Quizá por eso en sus orígenes Israel apoyó al islamista Hamás, para hacer a Palestina inviable. En estos dos años la derecha israelí se ha convertido en responsable de una terrible y contraproducente resignificación del judaísmo a escala mundial. Porque el genocidio de Israel en Gaza es también una herida autoinfligida que durará décadas. Salvo para quienes tengan muy claro el significado de ciertas palabras, Netanyahu y sus acciones contaminarán lo que a partir de ahora mucha gente sentirá hacia la valiosísima cultura hebrea, hacia su religión, sus sabios, sus templos, sus canciones, sus películas o su comida, hacia todo eso que –al igual que el riquísimo acervo musulmán– también forma parte de nuestra cultura, española y europea. Quienes amamos la cultura judía –y la llevamos en nuestro corazón, junto con las herencias cristiana y musulmana– debemos defendernos de quien pasará a la historia como uno de sus mayores enemigos, junto al nazismo y el islamismo radical. De esto ya alertó el actor judío Mandy Patinkin en julio: “Le pido a los judíos que consideren lo que este hombre y su gobierno de derecha están haciendo al pueblo judío. Están poniendo en peligro no solo al Estado de Israel, que me importa mucho, sino también a la población judía de todo el mundo”. Para evitar esa contaminación de Netanyahu hacia todo lo hebreo, decía más arriba, hay que tener claro el significado de ciertas palabras. En concreto de tres: “genocidio”, “antisemita” y “sionista”. Activistas judíos estadounidenses protestan en Nueva York contra el genocidio israelí en Gaza “Cuando utilizo una palabra –dijo Humpty Dumpty en tono despectivo– significa lo que yo decido que signifique, ni más ni menos”. Esta frase del huevo parlante en Alicia, a través del espejo podía haberla dicho cualquier negacionista o defensor del genocidio en Gaza. La semántica –qué significan las palabras– forma parte desde hace décadas del conflicto entre Israel y Palestina. Casi todo el mundo utiliza aquí las palabras de forma interesada. Escribo ‘genocidio’ y habrá quien, como el alcalde de Madrid, crea que no estamos ante un genocidio (algunos le han dedicado tan poca reflexión al asunto que piensan que solo el Holocausto fue un genocidio). Pero lo crean o no ciertos dirigentes del PP, lo que ha perpetrado el Gobierno de Israel es un genocidio, tal y cómo explicaba Neus Tomàs en esta columna, y tal y como lo define Naciones Unidas: “Matar miembros del grupo. Causar graves daños físicos o mentales a los miembros del grupo. Someter intencionadamente al grupo a condiciones de vida destinadas a causar su destrucción física, total o parcial. Imponer medidas destinadas a impedir el nacimiento de niños dentro del grupo. Trasladar por la fuerza a niños del grupo a otro grupo”. ‘Antisemita’ es otra palabra omnipresente en este conflicto. ‘Semitas’ son todos los descendientes del personaje bíblico Sem, uno de los hijos de Noé. Según la tradición –ciertamente racista– entre los descendientes de Sem se encuentran no solo los judíos, sino también los árabes, o sea, los palestinos. Es verdad que desde hace décadas ‘antisemita’ se entiende como ‘antijudío’. También es verdad que todo aquel que critique las acciones de Netanyahu será considerado antisemita por sus partidarios. Aunque quien lo critique sea judío. Aunque quien lo critique sea incluso un judío ortodoxo antisionista y propalestino. Existen. Buena parte del movimiento propalestino en Occidente emplea el adjetivo ‘sionista’ como sinónimo ‘proisraelí’, ‘ultraderechista israelí’ o ‘invasor de Palestina’. No es correcto. De hecho, la identificación de ‘sionista’ con 'derecha' es una victoria de Netanyahu. A mucha gente le sorprenderá, pero existen sionistas de izquierdas. Es un tema controvertido, porque hay sectores de la izquierda que ven en el sionismo pura represión colonial, por lo que nunca podría existir un 'sionismo de izquierda'. Pero lean más arriba. Mandy Patinkin: “Están poniendo en peligro no solo al Estado de Israel, que me importa mucho”. El citado actor judío es el clásico ejemplo de sionista de izquierdas. Él, y otros muchos como él, abominan del genocidio en Gaza y rechazan frontalmente al Gobierno ultraderechista de Netanyahu. Sin duda, esos sionistas de izquierdas serían calificados de ‘antisemitas’ y de ‘portavoces de Hamás’ por el genocida y sus aliados occidentales. El sionismo fue, de hecho, predominantemente de izquierdas durante la mayor parte del siglo XX. Los fundadores de Israel querían una democracia laica y un Estado de derecho moderno, algo muy alejado del régimen de terror que ha creado la ultraderecha nacionalista en la ya muy maltrecha democracia israelí. La cuestión es si el 'sionismo real' solo puede ser de derechas; pero el hecho es que existen sionistas que se consideran laicos y de izquierdas. Son los que hoy defienden la solución de los dos Estados y enfatizan que Israel (un Israel que respete la legalidad internacional) tiene derecho a existir. Ellos son los que contemplan con preocupación el auge en Europa, alentado por las acciones de Netanyahu, del eslogan “Destroy Israel” (Destruid Israel). Judíos ultraortodoxos antisionistas en Nueva York en una protesta contra el Estado de Israel en mayo de 2025 Y existen, también, los judíos antisionistas. Incluso ortodoxos. Son quienes consideran que el Estado de Israel jamás debió existir porque “contradice la voluntad divina”, y que los judíos –tal como dice el Tanaj o Biblia Hebrea– solo se reunirán “en el final de los días”, cuando venga el auténtico Mesías (que, para ellos, no fue ni Cristo ni Mahoma). Hasta la llegada de ese mesías hebreo, la esencia del judío es, según estos ortodoxos, errar por el mundo sin patria definida. Ahora nos toca anticipar el porvenir que deja la furia genocida de Netanyahu. Es terrible, pero cada bomba de Israel funcionará como una semilla de odio que germinará siniestramente en el futuro. El Gobierno israelí deja un reguero de dolor encabezado por las víctimas palestinas, pero también por las víctimas judías y, en definitiva, por todos los seres humanos. Porque el concepto mismo de “humanidad” ha sido destrozado por el actual Gobierno de Israel y sus aliados occidentales. El daño que Netanyahu ha hecho a los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad es también incalculable. Pero Netanyahu no podría haber culminado su proyecto genocida sin Trump en la Casa Blanca y sin sus aliados ideológicos en Europa. Ellos son el ariete contra nuestras democracias liberales y, singularmente, contra los valores que inspiraron la Declaración Universal de los Derechos Humanos (que no dudarían en calificar de woke). No habría habido genocidio sin el permiso de Trump y el aplauso o el silencio de sus aliados ideológicos. Ahora, miles de muertos después, Trump ha decidido decir 'hasta aquí'. Tarde y mal. No merece ningún reconocimiento. No puede presumir de logro alguno. La ultraderecha rampante y la derecha que corta los cordones sanitarios son responsables de un proceso deshumanizador –del diferente, del otro, del pobre– que gana terreno. Esa deshumanización explica que cada vez más ciudadanos occidentales normalicen el asesinato en masa perpetrado en Gaza y los asesinatos selectivos cometidos tanto por Netanyahu como por Trump. Simplemente, la gente empieza a ser incapaz de distinguir el bien del mal. Baste otro ejemplo, el enésimo, al margen de Gaza: a casi nadie le escandalizó que a principios de septiembre el presidente de EEUU presumiera de haber asesinado a sangre fría a 11 “narcoterroristas” que iban a bordo de una lancha. Luego se ha ido jactando de asesinar a tripulantes de más supuestas 'narcolanchas'. Esta misma semana también ha sucedido. Nunca sabremos quiénes son realmente los ocupantes de esas embarcaciones, ni las circunstancias en las que trabajan, porque se les ha negado el derecho a un juicio imparcial. Son sentenciados y ejecutados por voluntad de Trump, y prácticamente nadie –desde las biempensantes democracias occidentales, ni desde la muy católica derecha española– alza la voz ante esos obscenos asesinatos que contravienen no ya la legalidad internacional y el Estado de Derecho, sino los más básicos principios morales. En nada se diferencian estas ejecuciones extrajudiciales de los envenenamientos y los accidentes mortales urdidos por Putin contra sus rivales. No solo nadie levanta la voz, sino que, además, la opositora venezolana, que apoyó públicamente en las páginas del Sunday Times esos asesinatos ordenados por Trump, es reconocida con el Nobel de la Paz, lo que no deja de ser una prueba más de la absoluta desorientación moral de Occidente, que piensa que para castigar a un radical con nula cultura democrática (Nicolás Maduro) hay que premiar a otra radical con nula cultura democrática (María Corina Machado). Ella está lejos de ser un referente ético incuestionable, que es lo que debería ser todo premio Nobel de la paz. Igualmente, el atroz atentado contra Charlie Kirk mostró nítidamente el doble rasero moral de quienes se escandalizan solo por unos asesinatos, mientras ellos mismos o bien ejecutan otros, o los aplauden, o callan ante ellos. Lo que queda, de fondo, es una imparable devaluación de la vida humana. Esto no ha sucedido de golpe. Viene de lejos. Sucede cuando se militariza la lucha contra el crimen. O cuando se encarcela a seres humanos sin juicio durante años en lugares como Guantánamo. Sucede cuando un papel (un pasaporte, un permiso de residencia) tiene más valor que la vida de una persona. Cada asesinato selectivo con drones –o mediante comandos de operaciones especiales– es una flagrante violación de los mismos valores que Occidente dice defender. También es una victoria de los terroristas y una buena noticia para los dictadores de cualquier país. Es compartir su lógica, que nunca debería ser la nuestra. Nunca. Ni siquiera para asesinar a un Bin Laden (a quien perfectamente se pudo haber detenido, juzgado y condenado). Hace tiempo que la brújula moral de Occidente empezó a fallar. La mayoritaria indiferencia hacia el genocidio en Gaza solo es una muestra más de ello. Pero, aunque cueste percibirlo, entre tanto dolor y tanto ruido, aquí solo hay dos bandos. De un lado, los partidarios de la muerte y la violencia. Da igual cómo quieran definirse a sí mismos (algunos hasta se dirán 'de izquierdas' e incluso 'pacifistas'): todos ellos son puro fascismo deshumanizador. De otro lado, estamos los partidarios de la vida, la paz y el diálogo: somos todos los demás, sin importar nuestra ideología, religión, nacionalidad o procedencia. Y de nosotros depende que la humanidad y la democracia sobrevivan.
eldiario
hace alrededor de 7 horas
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