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Francia, un gallo sin cabeza

Francia, un gallo sin cabeza
Macron fue votado como la última barrera ante la marea negra. Ha fracasado estrepitosamente. Su Francia es una nación crispada y acobardada, de la que no surge una sola propuesta original. A no ser que tomemos por original la absurda militancia de Macron en una guerra con RusiaMacron recurre al vodevil en vísperas de la catástrofe Me duele ver así a Francia. Humillada por el robo en el Louvre. Atónita por la entrada en prisión de su expresidente Sarkozy. Mareada por los continuos cambios de Gobierno. Irritada por la incompetencia de Macron. Furiosa una y otra vez en huelgas, manifestaciones y disturbios. Atiborrándose de antidepresivos ante lo que ya no es solo una crisis social, económica y política, sino también una profunda angustia cultural y existencial. Me duele personalmente. Hablo francés, viví cuatro años en París y allí nació mi segunda hija, aprendí muchas cosas en aquella estancia. Pero también me duele ideológicamente. A diferencia de otros compatriotas, soy francófilo. Solía repetir con el gran periodista que fue Miguel Ángel Bastenier aquello de que, si Francia no existiera, habría que inventarla. Francia aportó a la cultura universal la Ilustración y la revolución de 1789. Francia ha sido el refugio de los progresistas españoles en las frecuentes ocasiones en que sufrimos gobiernos autoritarios al sur de los Pirineos. Francia es ahora nuestro principal partenaire en la escena europea contemporánea. Mi europeísmo precisa de un eje Madrid-París-Berlín que defienda los derechos humanos, el estado de bienestar y la legalidad internacional ante el imperio de las barras y estrellas. Cuando Bush metió al mundo en el avispero de Irak, me sentí más representado por Chirac y Dominique de Villepin que por Aznar y Ana Palacio. Tengo que reconocer, sin embargo, que cada vez leo menos libros de autores franceses contemporáneos, que cada vez veo menos películas francesas actuales, que cada vez recibo de París menos ideas frescas. Desde las muertes de De Gaulle y Mitterrand, Francia se ha ido haciendo cada vez más irrelevante. Tal vez fuera inevitable su pérdida de peso en lo económico. Al lado de Estados Unidos y China, su demografía, sus riquezas naturales y sus capitales son pequeños. A De Gaulle y Mitterrand ya les costaba disimular que los recursos de Francia no estaban a la altura de sus ambiciones. Pero los dos suplían ese desfase con fertilidad de ideas, espíritu rebelde y gallardía de estilo, el panache de Cyrano de Bergerac. Le atribuí en su día a Sarkozy el epíteto de Napoléon le Petit que Victor Hugo inventó para Napoleón III, pero ahora tengo que decir que Macron es el segundo de esa estirpe de monarcas republicanos tan pretenciosos como vacuos. A fuerza de un oportunismo que intenta disfrazar como pragmatismo, Macron ha convertido a Francia en un gallo sin cabeza. No me parece buena cosa, insisto. No deseo importar las cosas en las que Francia se ha especializado en los últimos lustros. Su incapacidad para integrar a tantos hijos y nietos de inmigrantes en los principios y valores republicanos. Su islamofobia militante y sus absurdas prohibiciones del hiyab. Su recorte permanente de derechos sociales. Su brutalidad policial. Y, por supuesto, esa resignación tan masiva ante el inminente triunfo de la ultraderecha. ¿Repetirá la V República la historia de la de Weimar? ¿Su fracaso abrirá las puertas del Eliseo a Le Pen o Bardella como el de Weimar abrió a Hitler las de la cancillería? Es probable. Y no solo porque lo digan los sondeos, también porque Francia tiene su propia historia oscura. Fue el país del antisemitismo de Édouard Druont y el affaire Dreyfus, de Charles Maurras y su Action Française, de las ligas de los años 1930 y el terrorismo de La Cagoule, del colaboracionismo con los nazis del mariscal Pétain y Laval, de la Algérie Française y la OAS. Macron fue votado como la última barrera ante la marea negra. Ha fracasado estrepitosamente. Su Francia es una nación crispada y acobardada, de la que no surge una sola propuesta original. A no ser que tomemos por original la absurda militancia de Macron en una guerra con Rusia. A imagen y semejanza de la pequeñez del ocupante del Eliseo, la indomable aldea gala de Astérix sigue menguando. También en lo espiritual.
eldiario
hace alrededor de 7 horas
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