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Por qué junio es el mejor mes para ir a Cerdeña, Córcega o Sicilia

Por qué junio es el mejor mes para ir a Cerdeña, Córcega o Sicilia
Un momento ideal para recorrer las grandes islas del Mediterráneo. El mar ya invita al baño, los días se alargan y el ritmo sigue siendo relajado justo antes del gran pico del verano Del Mediterráneo al Atlántico: siete islas cercanas para bajar el ritmo y olvidarse del reloj Hay destinos que se transforman por completo según la época del año, y las islas mediterráneas son un buen ejemplo de ello. En julio y agosto están a pleno rendimiento: llenas de gente, de coches e incluso sensación de prisa. Pero antes de que todo eso estalle, en junio, todavía se puede recorrer Cerdeña, Córcega o Sicilia con otro ánimo. El buen tiempo ya acompaña, los días son largos y el mar empieza a estar en su mejor momento. Pero sobre todo, las islas todavía respiran a su ritmo. No es que estén vacías —porque no lo están—, pero se nota que aún no ha llegado el aluvión. Y si uno puede permitírselo, viajar en estas fechas tiene dos ventajas: por un lado, se disfruta de un ambiente más tranquilo; por otro, se contribuye, aunque sea un poco, a repartir mejor el peso que supone la masificación turística para estos lugares. Además, en junio el viaje cambia. No hace falta ir corriendo de un sitio a otro ni pelearse por un hueco en la playa o un restaurante. Se puede improvisar más, parar donde apetezca o repetir un sitio que nos ha gustado. Estas islas, tan grandes, tan distintas entre sí, invitan justo a eso: a tomárselas con calma. Cerdeña: calas escondidas, pueblos con historia y cocina con carácter A Cerdeña muchos llegan pensando en playas, y con razón. Tiene algunas de las mejores del Mediterráneo: La Pelosa, Cala Luna, Cala Goloritzé o las del archipiélago de La Maddalena. Algunas solo se alcanzan a pie o en barco, lo que ayuda a mantenerlas medio a salvo incluso en temporada alta. En junio, el acceso es más fácil, hay menos agobio y se pueden disfrutar mejor. Cerdeña es famosa por sus playas, y con razón. Pero la isla va mucho más allá de la costa. Pueblos como Castelsardo, Bosa o el interior de la región de Barbagia muestran otra cara: más sobria, más tranquila, más sarda. También están los restos de la civilización nurágica, como el yacimiento de Su Nuraxi —único Patrimonio de la Humanidad de la isla—, o la fuerza natural de lugares como Capo Testa o el valle de la Luna, donde las rocas parecen esculpidas. Incluso la carretera que recorre la Costa Verde, casi sin construcciones, con dunas y mar por todas partes, transmite mejor su esencia antes del verano. Cerdeña pide un viaje calmado. Tomarse un café sin prisa en un pueblo pequeño, desviarse de la ruta para ver el complejo neolítico de las Tumbas de los Gigantes de Pascareddha o quedarse un día más en un sitio porque sí. Y comer, claro: culurgiones, porceddu, seadas, quesos fuertes y sin que falten los vinos locales. Cerdeña está llena de sabor y si el plan es dejarse llevar, junio es un buen mes para empezar. Córcega: montaña, mar y ese punto rebelde Córcega es una isla distinta. Tiene algo diferente que no se ve en las guías. No es solo que mezcle playas casi caribeñas con montañas que rozan los 2.700 metros. Es que todo está muy cerca, pero cuesta llegar. Y eso forma parte de su encanto. Las carreteras son lentas, con curvas, pero llevan a sitios que parecen intactos. En junio, con el tiempo ya de cara pero sin las aglomeraciones del pleno verano, recorrerla es mucho más placentero. Córcega es mar, montaña y pueblos con historia. El sur es una buena forma de empezar. Bonifacio, colgada sobre acantilados blancos, impresiona desde el mar. Desde allí se puede ir en barco hasta las islas Lavezzi, donde no hay chiringuitos ni tumbonas, solo rocas modeladas por el viento, aguas transparentes y silencio. Cerca están las playas de Palombaggia o Santa Giulia, que en julio se llenan, pero que ahora aún dejan espacio. Porto Vecchio, con su casco antiguo y su aire elegante, puede ser un buen campamento base. Más al norte, Calvi y la región de Balagne mezclan mar y cultura con pueblos como Sant’Antonino o Pigna, perfectos para callejear un rato. Y si se sigue hacia Bastia y Cap Corse, aparece otro tipo de paisaje: más salvaje, más escarpado y menos turístico. El sendero de los aduaneros, el molino Mattei, las calas del desierto de Agriates; todo invita a caminar y a disfrutar del paisaje. En el interior, Corte y las gargantas del Restonica muestran la otra mitad de la isla: la montañosa, la que huele a pino y a roca caliente. Aquí también se come bien: embutidos corsos, queso brocciu, miel, castañas, vino. En junio todavía puedes disfrutar de sus restaurantes sin tener que reservar con días de antelación. Sicilia: volcanes, templos y sabores genuinos En Sicilia hay tanto por ver que lo difícil es decidir qué dejar fuera. Una buena opción puede ser darle la vuelta completa a la isla en coche, para no dejarnos nada, pero para eso necesitas entre siete y 10 días. Si tu visita es más breve, entonces lo mejor es centrarse en una zona y tomárselo con calma. Junio es un buen mes para hacerlo: el calor ya aprieta, pero todavía se puede pasear por Palermo sin derretirse o visitar los templos griegos sin empujones. Hay gente, sí, pero el ritmo aún no se ha disparado. Las espectaculares ruinas de Agrigento, en Sicilia. Una buena opción es recorrer el sureste: Noto, Ragusa y Siracusa. Ciudades barrocas, llenas de iglesias, plazas y escaleras. Más al norte, Taormina tiene vistas espectaculares al mar y un teatro grecorromano que lleva más de dos mil años en activo. Desde allí se puede subir al Etna, ya sea en excursión organizada o por libre, para ver de cerca uno de los paisajes más poderosos del Mediterráneo. Eso sí, conviene consultar antes en qué estado se encuentra: el Etna está muy vivo y a veces conviene mantener las distancias, tanto de él como de la propia isla. Palermo merece unos días por sí sola. Caótica, intensa, con mercados como el de Ballarò donde todo es ruido, olor y color. Lo mismo pasa en Catania, aunque con otro aire. Y si se quiere mar, hay playas por todas partes: desde Mondello hasta Scala dei Turchi, pasando por calas escondidas entre acantilados o grandes arenales donde todavía se puede estirar la toalla sin pisarse con nadie. Si lo tuyo es la historia, entonces tienes una cita obligatoria con el Valle de los Templos de Agrigento. La gastronomía de Sicilia va un paso más allá. Arancini, pasta alla norma, caponata, cuscús de pescado, pasta con pesto de pistacho, granita, brioche con helado de pistacho, cannoli, vinos de uva negra… En definitiva, pequeños manjares que hacen de Sicilia el destino perfecto para los amantes de la buena cocina.
eldiario
hace alrededor de 21 horas
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