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Las diferencias en las columnas de un templo griego te informan de cuándo fue construido

Las diferencias en las columnas de un templo griego te informan de cuándo fue construido
No hace falta ser historiador del arte para memorizar tres sencillos toques que te harán distinguir las columnasEl olivo más antiguo de Grecia que según la leyenda plantó la diosa Atenea Si alguna vez has paseado por un museo, un yacimiento o una foto de la Acrópolis y has pensado “todas estas columnas son iguales”, no te preocupes: nos ha pasado a todos. Pero en realidad no lo son. Los templos griegos hablan, y lo hacen a través de sus columnas. Su forma, su decoración y hasta la manera en la que “posan” te dicen de qué época son, a qué culto estaban dedicados y qué influencias culturales dominaban el momento. Los griegos inventaron el urbanismo, la filosofía… y también un código arquitectónico que funciona casi como un árbol genealógico. Si sabes leerlo, puedes saber cuándo y cómo se levantó un templo sin necesidad de una placa explicativa. Ese código son sus órdenes clásicos: dórico, jónico y corintio. Dórico: el estilo más antiguo, robusto y directo El orden dórico es el abuelo de todos. El más antiguo, el más austero y el más contundente. No tiene basa —la columna nace directamente del suelo— y su fuste, dividido en tambores circulares, está marcado por 20 estrías profundas. Es arquitectura sin maquillaje: piedra, geometría y fuerza. Si ves un templo con columnas muy anchas, casi musculosas, estás ante un edificio arcaico, de los más antiguos. Con el tiempo, los griegos estilizaron la proporción dórica: columnas más altas, más esbeltas y un poco más elegantes. Pero la esencia sigue ahí: sobriedad, peso y una presencia rotunda. La columna dórica también tiene una característica deliciosa: la éntasis, ese abombamiento suave en la parte central que corrige el efecto óptico de concavidad y hace que la columna parezca más viva y majestuosa. Los griegos sabían de perspectiva antes de que existiera la fotografía. El capitel, por su parte, es minimalista: ábaco, equino y collarino. Sin figuras, sin florituras. Y arriba del todo, el entablamento alterna triglifos verticales con metopas que a menudo muestran escenas mitológicas. Si ves triglifos, estás en territorio dórico. Ejemplos: el Partenón y el templo de Hera en Paestum. Dos clases magistrales de sobriedad clásica. Jónico: más esbelto, más delicado, más “femenino” El jónico nació en la costa de Asia Menor, y se le nota la influencia oriental. Es más suave, más alargado y con más decoración. Aquí sí hay basa, formada por una combinación elegante de toros y escocias, como si la columna llevara unos zapatos muy bien hechos. El fuste es más alto que el dórico, estriado también, pero con un estrechamiento final mucho más sutil. Si las dóricas son guerreras, las jónicas son bailarinas. El capitel jónico es inconfundible: las volutas, esos dos rollos laterales que parecen enrollarse hacia dentro. Son su firma estética, su ADN visual. Y cuando las veas, ya sabes: estás ante un templo más tardío que los dóricos clásicos. En el entablamento, el jónico abandona la alternancia triglifo-metopa y apuesta por un friso continuo, una gran narración tallada en piedra. Donde el dórico cuenta anécdotas, el jónico escribe novelas completas. Ejemplos esenciales: el Erecteion y el templo de Atenea Niké, ambos en la Acrópolis. Corintio: la culminación del detalle, la elegancia y el exceso El orden corintio llegó más tarde, en el siglo IV a. C., como una evolución del jónico. Aquí los griegos se permitieron lucirse. Si el dórico era poder y el jónico refinamiento, el corintio es directamente un despliegue artístico. El capitel, inspirado —dice la tradición— en una cesta cubierta de hojas de acanto, es una pieza escultórica por sí misma. Tallos curvos, volutas pequeñas, vegetación pétrea que se eleva casi como si respirara. El resto de la columna sigue el esquema jónico, pero el capitel marca claramente la diferencia. Cuando veas un templo lleno de acantos esculpidos, ya sabes que estás ante una obra tardía, surgida en una época donde la decoración ya no era un añadido, sino un argumento. Ejemplos perfectos: el Monumento de Lisícrates y el templo de Zeus Olímpico en Atenas.

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