cupure logo

No hace falta ir a Sierra Nevada: el pueblo de cuento con un castillo que tiene vistas nevadas en invierno

En cuanto las primeras nieves rozan las cumbres más altas de Jaén, Segura de la Sierra presenta una de las primeras instantáneas invernales de la provincia. Mientras la gran mayoría asocia la imagen blanca de Andalucía exclusivamente a Granada, este pequeño municipio jiennense, en el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, Segura de la Sierra, con sus apenas 150 habitantes censados, parece un decorado preparado para un rodaje: calles empinadas, silenciosas, envueltas en un aroma a chimenea y coronado por un castillo que preside un paisaje que atrapa al viajero. No hace falta ir a Sierra Nevada para encontrarse con un horizonte blanco. Basta con subir a este balcón de la comarca de la Sierra de Segura . Quien conduce hasta Segura de la Sierra por primera vez suele quedarse inmóvil unos segundos en la carretera de acceso, antes de entrar al casco urbano. A 1.200 metros de altitud , el perfil del pueblo asoma entre tejados rojizos encaramados al risco. No es un destino de tránsito ni una excursión improvisada: Segura exige subir, callejear, detenerse. Los vecinos lo saben. A menudo cuentan que «aquí no se viene por casualidad». El viajero encuentra enseguida la huella que más orgullo despierta en los segureños: Jorge Manrique . Según algunos historiadores el poeta del «Coplas por la muerte de su padre» vivió aquí en el siglo XV, cuando la villa era parte estratégica del territorio de la Orden de Santiago. Su legado aparece en placas, en rincones discretos y en las rutas literarias que organizan en temporada alta. La presencia de los siglos se hace aún más contundente si se asciende hasta el castillo, restaurado hace cuatro décadas y convertido en un magnífico mirador que regala una perspectiva casi aérea del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas. En los días de nevada, el paisaje muestra un mapa blanco infinito. Pero Segura de la Sierra no se agota en su fotografía más famosa. El entramado del casco histórico, declarado Conjunto Histórico-Artístico , es un paseo que obliga a mirar hacia arriba y hacia abajo continuamente. En la parte alta aguardan la muralla almohade, la iglesia de Santa María del Collado -que combina trazas góticas y renacentistas- y la singular Capilla de la Virgen del Rosario, uno de esos templos pequeños en los que el silencio pesa. Más abajo, junto a la antigua Casa del Concejo, la Fuente Imperial recuerda que Carlos V también dejó su marca aquí, aunque fuese de manera indirecta: fue levantada en su honor y aún mantiene el porte de las obras hidráulicas del Renacimiento. Las cuestas, que en pleno verano se convierten en un pequeño desafío físico, en invierno tienen otro ritmo. Desde aquí arrancan algunas de las rutas más apreciadas de toda la sierra: la subida al Yelmo , cumbre mítica para senderistas y amantes del parapente, el sendero que lleva al mirador de los Calares, o los caminos que se internan en los bosques de la cercana aldea de Moralejos. Hay propuestas para todos los niveles y, en días de frío, el olor a pino mojado, mezclado con el aroma ahumado de las chimeneas acompaña cada paso. Segura tiene otro atractivo: la mesa. A diferencia de otras poblaciones serranas donde la gastronomía ha buscado fórmulas más contemporáneas, Segura mantiene un recetario que conserva su carácter serrano. El viajero puede probar el ajo pringue, las migas ruleras, la caldereta de cordero segureño , uno de los productos con sello propio de la comarca, y los embutidos artesanos que algunas familias siguen elaborando tras la matanza como hace décadas. También es tierra de aceites , como casi toda la provincia, pero con matices propios por la altitud y el clima. La cocina aquí tiene algo de refugio, especialmente cuando el viento sopla entre los callejones y obliga a resguardarse. Hay quien piensa que un pueblo tan pequeño ofrece poco más que una visita de una mañana. Es un error frecuente. Segura tiene la capacidad de retener al viajero precisamente por lo contrario: porque invita a quedarse . Al caer la tarde, cuando la luz abandona los valles y el castillo se ilumina, el silencio casi absoluto hace que muchos descubran la esencia de este rincón serrano. Parece un lugar detenido en el tiempo. No hay tiendas para turistas ni reclamos a la multitud. Para quienes busquen un destino invernal diferente en Andalucía, Segura de la Sierra es una alternativa inesperada. No ofrece estaciones de esquí ni grandes avenidas comerciales, pero sí algo que en ocasiones es más difícil encontrar: la mezcla perfecta entre historia, naturaleza y calma. Y, en los años de bonanza, un horizonte nevado que convierte la visita en una experiencia difícil de olvidar.

Comentarios

noticias de viajes