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Gaza: Manual para destrozar un alto al fuego

Gaza: Manual para destrozar un alto al fuego
Con la última ocurrencia de los asesores de Trump, al proponer dividir Gaza en dos partes, con policías de Israel en el norte y de Hamas en el sur, los enfrentamientos estarían asegurados. Es mejor reconocer que se ha empezado mal y que se necesitan nuevas propuestas ¿Cómo es que el alto al fuego en Gaza es tan inestable? ¿Es inevitable? ¿Por qué Hamás, tras recibir permiso de Trump para actuar temporalmente como policía en Gaza, está librando una batalla contra unas milicias que intentan controlar los campos de desplazados? ¿En qué medida el no-desarme de Hamas está condicionando la entrada de la ayuda humanitaria? ¿Cómo plantear el tema de que se necesita una policía que ponga orden en un contexto tan complicado como Gaza, donde la mayor parte de su población vive en campos de desplazados? Estas son algunas de las preguntas que surgen cuando se lanza un plan de paz como el de Trump, sin haberlo discutido y concertado previamente con todas las partes afectadas, y por tratarse, no de un proyecto de acuerdo de paz, sino simplemente una “hoja de ruta”, que es algo muy diferente. Las hojas de ruta son esquemas simples, en forma de gráficos secuenciales y que se pueden redactar en muy pocas páginas, que permiten a las personas que han de empezar una negociación, visualizar los grandes ejes de lo que será después, ya de forma mucho más elaborada, la “agenda” de la negociación, que siempre conviene que sea muy detallada y tenga un lenguaje clarificador, no sujeto a diversas interpretaciones. Las hojas de ruta las pueden presentar una de las partes del conflicto, el país u organismo mediador, o incluso entidades académicas especializadas en ello. Yo mismo he realizado varias, pero para que luego las partes decidan si les interesan total o parcialmente, o desecharlas por completo. Repito que no es una propuesta de acuerdo, sino únicamente una invitación a pensar el tipo y el orden de las actuaciones que luego tendrán que desarrollarse en la mesa de negociación. Aunque existen acuerdos de paz breves en cuanto a su extensión, otros acaban siendo muy detallados. El de las FARC, de 2016, tenía 310 páginas; el de Sudán de 2005, 241 páginas, y los Acuerdos de Dayton para Bosnia, el acuerdo contenía 11 anexos. Esto incluye, por supuesto, precisar lo que significa un alto al fuego, si va condicionado o no a otros aspectos y los mecanismos para verificarlo. Téngase en cuenta que, en los acuerdos de paz de los últimos 40 años, en la mayoría ha existido un alto al fuego inicial, pero que, en muchos de estos casos, se violan con mucha frecuencia. Según diversos estudios, una gran mayoría de los acuerdos de cese al fuego sufren violaciones dentro del primer año, entre el 70 y 80% de los acuerdos con “cese de hostilidades”. Es, por tanto, un asunto muy delicado y que hay que tratar de mantenerlo cueste lo que cueste, pues de lo contrario se genera un enorme sufrimiento en la población civil, y más si de ello depende la llegada de la ayuda humanitaria. Veamos otro punto. Las personas que tienen experiencia en gestionar campos de refugiados, saben muy bien que a menudo en dichos campos operan milicias y grupos armados que intentan controlar todo lo que pasa, incluida la distribución de la ayuda humanitaria, y que buscan también tener el control político de dichos campos. Viví personalmente este tipo de experiencia en Ruanda, poco después del genocidio de 1994, visitando los campos de refugiados al norte de Goma, ya en el Zaire, la actual República Democrática del Congo, donde las milicias Interahamwe que habían protagonizado las matanzas en el interior de Ruanda, controlaban dichos campos de refugiados y mataban impunemente a cualquier tutsi que encontrasen y a hutus contrarios al genocidio. Años más tarde, ya en este siglo, el Estado congoleño usó milicias como subcontratistas para controlar los campos de desplazados en Kivu, a menudo para aparentar soberanía sin desplegar tropas oficiales. En Siria, el régimen de Bashar al-Assad activó y coptó milicias locales para retomar el control territorial y controlar poblaciones desplazadas. Esas milicias ayudaron a fragmentar la oposición, al mismo tiempo que se dedicaban a sabotear un alto al fuego. Pongo estos ejemplos, pero la lista es larga, pues podríamos añadir, por ejemplo, los casos de Sudán del Sur o los rohingya de Myanmar, donde la militarización de los campos de refugiados sirvió para una estrategia de limpieza étnica sostenida. Lo que ocurre en estos momentos en Gaza no es nuevo, pues se trata de la presencia deliberada de “spoilers”, especialistas en boicotear un alto al fuego o un incipiente proceso de paz. Hay muchas noticias publicadas en prensa que ya informaban, a principios de junio, que Netanyahu había confirmado que Israel estaba trabajando en Gaza para contrarrestar a Hamas, y que lo hacía a través de milicias y clanes armados, las llamadas Fuerzas Populares, también conocidas como Servicio Antiterrorista, que es un grupo que ha estado activo desde el comienzo de la ofensiva de Rafah, en mayo de 2024, y que ahora se disputa el terreno en el sur de Gaza, enfrentándose a Hamas, dando pie a que Israel argumente que no se cumple al alto al fuego, y corte la entrada de la ayuda humanitaria. De nuevo, se utiliza el hambre como arma de guerra. Como puede verse, en numerosos conflictos los gobiernos han utilizado milicias financiadas como “spoilers”, es decir, para controlar a las poblaciones desplazadas, manipular la ayuda internacional y mantener un aparato de vigilancia extralegal. De esta manera, el control de los campos de personas refugiadas o desplazadas no es un asunto meramente humanitario, sino también una estrategia política de contrainsurgencia y represión preventiva, en la que el Estado delega en milicias la coerción que no puede o se atreve a ejercer abiertamente ante la comunidad internacional. En Gaza, si no se encuentra una solución de inmediato a este problema, concretamente si Hamas puede o no actuar como policía temporal, todo saltará por los aires. Sabemos, además, que Hamas no entregará sus armas mientras no exista un Gobierno palestino escogido por su población, aspecto que está por negociar cómo se podría realizar. Respecto a la creación de una policía para Gaza en un futuro, ya prescindiendo de Hamas, existen varios precedentes en que la comunidad internacional, concretamente la ONU, intervino en el ámbito de la seguridad pública y la policía de un país, porque las instituciones locales estaban colapsadas o no funcionaban, en parte debido al conflicto. Así ocurrió en Kosovo, Bosnia, Timor o Camboya, pero en todos los casos fue a instancias del Consejo de Seguridad y la creación de una operación de paz liderada por la ONU, un organismo que tanto Israel como Estados Unidos desprecian, por lo que será difícil hacer algo similar en Gaza. Es más probable que se pongan de acuerdo tres o cuatro países árabes para realizar esta misión temporal, pues es de vital importancia que este cuerpo policial hable el mismo idioma que los gazatíes. ¿Aceptaría Hamas esta alternativa policial? Es difícil saberlo ahora, con tanta incertidumbre respecto al conjunto de cuestiones que afectan a toda Palestina, pues no olvidemos que hay sectores del Gobierno israelí que quieren anexionarse Cisjordania, echando más leña al fuego. Lo que es una idea peregrina, es la última ocurrencia de los asesores de Trump, al proponer dividir Gaza en dos partes, con policías de Israel en el norte y de Hamas en el sur. Los enfrentamientos estarían asegurados, y solo por pensar en este tipo de cosas tan absurdas, nos da una pista de la imposibilidad de llevar a cabo el resto del plan de paz de Trump, muy mal diseñado. Es mejor reconocer que se ha empezado mal y que se necesitan nuevas propuestas de paz, aunque moleste al presidente de Estados Unidos.
eldiario
hace alrededor de 4 horas
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