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El curioso sistema postal de la Floreana: un barril y turistas para el reparto si les va de paso

El curioso sistema postal de la Floreana: un barril y turistas para el reparto si les va de paso
No siempre llegan las cartas - El barril de la Bahía de Correos, sin intermediarios ni trámites oficiales, mantiene la esencia de un intercambio directo y personal entre viajeros de todo el mundoLa isla que ignora las fronteras, combina lo mejor de dos países y tiene uno de los aeropuertos más peligrosos del mundo Apenas unos metros separan la playa de arena clara del barril más raro de todo el Pacífico. No hay funcionarios, no hay sellos, ni hay sobres con membrete. Solo un cilindro de madera lleno de cartas que no pasan por ninguna oficina y que viajan sin prisa, pero con destino. Lo que parece un simple recipiente abandonado es, en realidad, una parte activa del correo mundial. La entrega, eso sí, no depende de un sistema postal: depende de que alguien que pase por allí y quiera hacer el esfuerzo. Una red mundial basada en coincidencias y confianza entre desconocidos Quien encuentra una postal con una dirección cerca de casa puede cogerla y llevarla personalmente. Quien deja una, sabe que será otro viajero —desconocido, probablemente de otro continente— quien la lleve en su equipaje hasta la puerta del destinatario. Esa es la lógica que aún sostiene el peculiar sistema de la Bahía de Correos, en la isla Floreana de las Galápagos, donde cada año miles de personas participan en esta tradición que empezó en el siglo XVIII. Pero el origen, pese a ser fascinante, no es lo más impactante de la historia. El barril actual, con inscripciones y trozos de madera clavados alrededor como si fueran placas conmemorativas, lleva más de un siglo recogiendo cartas sin dirección oficial. Quien llegue a la bahía puede dejar la suya y buscar otra que coincida con su ciudad. La idea no es nueva ni se ha adaptado a los tiempos modernos. Funciona exactamente igual que cuando los marineros balleneros británicos, en 1793, colocaron el primer barril para enviar noticias a sus familias sin tener que esperar el regreso a casa. En aquel tiempo, los barcos podían pasar años lejos del puerto. Se abastecían de agua y comida en lugares remotos como las Galápagos, donde los marineros comían carne de tortuga gigante y descansaban del oleaje. CC0 En ese contexto nació el sistema postal más rudimentario del mundo. Era práctico. Quienes pasaban por allí dejaban su carta. Quienes seguían rumbo hacia Europa o América del Norte la recogían y la entregaban. Una red informal que sobrevive solo porque aún hay quien se implica Aunque la isla Floreana fue conocida en esa época como Isla Charles, el punto de encuentro para este intercambio siempre fue la misma bahía. La ubicación no era casual: se trataba de una parada frecuente por la facilidad para conseguir agua dulce. Aquel barril se convirtió en un canal informal de comunicación para cientos de hombres que, sin radio ni telégrafo, solo tenían papel, tinta y esperanza. Hoy todo sigue igual, con la única diferencia de que ya no son marineros los que participan, sino turistas. Decenas de visitantes bajan a diario de los barcos en excursión, pisan la arena y llegan caminando al barril. Basta con levantar la tapa y empezar a buscar postales. La mayoría están escritas en inglés o alemán, algunas tienen dibujos, y casi ninguna tiene sello. Quien encuentra una con un destino accesible, puede llevarla. Y quien lo hace, no siempre se limita a entregarla. A veces incluye un mensaje, un pequeño regalo o incluso una visita. Eso ya depende de la implicación del cartero voluntario. El sistema postal de la Bahía de Correos nació en tiempos de tortugas gigantes y travesías interminables El periódico Daily Telegraph recogió el caso de una viajera australiana que, tras revisar las cartas dentro del barril durante un crucero, localizó tres postales con destino en barrios cercanos a su casa en Sídney. Según relató el medio, al volver intentó repartirlas personalmente: “Dos de las casas estaban vacías, pero en una sí me abrieron y les entregué la carta”. Este sistema no solo ha sobrevivido al paso del tiempo, sino que ha ganado valor simbólico en plena era digital. Lo que antes fue una solución de emergencia, ahora es una experiencia tangible que conecta a desconocidos. En lugar de un clic, requiere pasos concretos: escribir, dejar, recoger y entregar. Y, sobre todo, confiar en que quien recoja la carta hará el esfuerzo. No hay reglas ni sanciones, solo una tradición que convierte a quien participa en parte de una historia continua. Aunque parezca un simple gesto, el hecho de llevar una carta de un punto a otro sin pedir nada a cambio mantiene viva una forma de comunicación basada en el compromiso personal. Y eso, a día de hoy, no es frecuente.
eldiario
hace alrededor de 10 horas
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