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Qué ver en Sigüenza: el castillo donde aún deambula el alma de una reina y otros rincones medievales

Ubicada en la provincia de Guadalajara , en la comarca de la Serranía, la noble villa de Sigüenza atesora no solo una belleza y patrimonio histórico sin igual, sino además una energía especial envuelta en una atmósfera medieval. Ciudad milenaria, sus calles seducen y sus piedras embrujan. Por ello, ocupa el segundo puesto entre los destinos predilectos de Castilla La Mancha. Asentamiento para el ser humano desde época prehistórica, fueron los celtíberos los que erigieron un castro en lo alto del sagrado monte de la Sierra Mitra, la semilla de la actual ciudad, que aparece citada como Segontia (que significa 'la que ilumina el valle'), por Plinio el Viejo en el siglo I a.C. Conquistada por los romanos, por las legiones del cónsul Cantón, se convirtió en eje de la calzada que unía Mérida y Zaragoza, paso clave entre los valles del Jalón y de Henares. Durante tres siglos fue un importante centro comercial y militar, así como puerta de la expansión del cristianismo, siendo sede episcopal desde el siglo IV. Tomada por los godos en el siglo V, quienes edificaron el primer castillo sobre el antiguo castro y una basílica cristiana sobre el ninfeo romano, tras la invasión musulmana, en el siglo VIII se convirtió en Medina y el castillo en Alcazaba, hasta que en el siglo XIII comenzó su relevancia medieval. Tras ser reconquistada por el obispo Bernardo de Agen -monje aquitano perteneciente al reino aragonés y bajo las órdenes del templario Alfonso I, el Batallador-, pasó a ser un baluarte defensivo que cerraba la frontera ante el islam, que continuó siendo sede de obispos. Obispos que en la iglesia eran clérigos, en la ciudad señores y soldados en el campo de batalla. Y, entre ellos, destacaron dos: el cardenal Fonseca , en el siglo XIV, emparentado con los reyes de Portugal, contemporáneo al hereje Papa Luna, y al que defendió a ultranza; y el cardenal Mendoza , el Cardenal de España, quien transformó el castillo en Palacio Episcopal y creó la Universidad seguntina del Señorío de Sigüenza. Un señorío eclesiástico que terminó en el siglo XVIII cuando el obispo Juan Díaz renunció al mismo en favor de la corona. Una historia de obispos, reyes, reinas, caballeros, nobles y plebeyos que el viajero descubrirá en dos lugares clave: el Castillo de los Obispos y la Catedral de Santa María. Dominando la villa, en la zona más alta, el castillo seguntino, hoy Parador Nacional , fue edificado sobre el antiguo castro, después fortaleza romana, más tarde musulmana y finalmente cristiana, siendo desde el siglo XII residencia de los obispos, palacio episcopal, hasta el siglo XIX. Cada uno de sus sillares son testigos mudos del pasado como descubrirá el visitante cuando entre por la Puerta de Girán de Cisneros y recorra las torres defensivas, el patio de armas, sus salones o los corredores y salas subterráneas, antaño mazmorras. Un castillo con leyenda y fantasma, el de Blanca de Borbón , sobrina de Carlos V de Francia, esposa del rey Pedro I el Cruel . Y es que como cuenta la leyenda, doña Blanca fue abandonada por su esposo, quien se fue con su amante María Padilla, lo que causó un gran escándalo en la corte. La Reina Madre, madre de Don Pedro; su tía la reina de Aragón, Don Alfonso de Alburquerque y muchos nobles de Castilla, obispos y el Cardenal enviado del Papa Inocencio III, se coaligaron en Tordesillas con numerosas huestes y obligaron al rey prometer que viviría con su esposa doña Blanca, a quien tenía presa en Toledo. Acorralado, así lo prometió en la villa de Toro, pero ya libre decidió vengarse de todos y encerró a doña Blanca en este castillo. Finalmente perdió la vida por un ballestazo, para muchos por encargo del propio Pedro I el Cruel. No son pocos, huéspedes y trabajadores, los que afirman escuchar pasos y voces donde no hay nadie y más concretamente en la Torre de doña Blanca, donde fue encerrada la reina y cuya alma parece vagar eternamente pidiendo justicia. Ubicada en el centro de la villa se alza majestuosa e insigne, severa e imponente la catedral de Santa María . Conocida como la Fortis Seguntina, originariamente románica, ampliada en gótico, fue construida entre los siglos XII y XV por los obispos Bernardo de Agen, Cerebungo y el cardenal Mendoza. En el exterior descubriremos un cementerio medieval subterráneo formado por decenas de tumbas antropomorfas, algunas de ellas con losas en las que aparecen cruces templarias. La fachada principal, llamada de los Perdones, esta flanqueada por dos grandes torres -de cuarenta metros de altos, que convirtieron a la catedral en templo-fortaleza al estar unidas a la muralla-, y entre ellas el rosetón románico del siglo XII. En su interior -de planta de cruz latina, tres naves, enormes pilares, arcos formeros y fajones, bóvedas ojivales, cimborrio, transepto y cabecera con un gran ábside- sobrecogen sus dimensiones: ochenta metros de largo, treinta de ancho y de altura. Destacan, y son visita obligada, capillas como la de la san Valero, la más antigua, Anunciación, San Marcos, Reliquias o la de Santa Líbrida, patrona de la ciudad. También su gótico claustro o la Sacristía, llamada de las Cabezas, en la que hay tallados más de trescientos rostros de diferentes épocas: desde obispos a reyes, pasando por nobles y campesinos. Es en la Capilla de los Arces donde se encuentra uno de los grandes tesoros artísticos de nuestro país, que ha dado popularidad internacional al templo y a la ciudad. Un enigma tallado en piedra de alabastro: el Doncel . Se llamaba Martín Vázquez de Arce y fue paje del Duque del Infantado de los Reyes Católicos. Se educó en Salamanca, guerrero desde joven y su vida estuvo marcada por diferentes amores, entre los que destacó el romance que tuvo con la hija del Inquisidor, con la que aprendió a leer libros prohibidos, y con la tuvo una hija llamada Ana. A los 25 años cayó en combate junto a los Reyes Católicos en la Vega de Granada. Según la tradición y la leyenda que hizo popular Unamuno, su cuerpo fue recuperado por su padre quien pidió como última voluntad tener un mausoleo en la Catedral de Sigüenza . Una talla gótica que sobrecoge y emociona, única porque rompe los cánones de su tiempo. Y es que es la primera vez que una imagen de carácter funerario no aparece yacente sino recostada y con un elemento nuevo, un libro entre sus manos. Es, más allá de su belleza, la huella del cambio de mentalidad y visión ante la muerte de la sociedad. Es la serenidad ante la muerte. Su autor es una incógnita. Para unos, obra del artista toledano Sebastián Almonacid; para otros, un maestro italiano desconocido. Fuera como fuese, nada se sabe del artista que inmortalizó en alabastro al Doncel, comendador de la Orden de Santiago. El Castillo de los Obispos -y la leyenda de Blanca de Borbón-, y la Catedral de Santa María -y la Capilla del Doncel-, son dos lugares clave en los que encontramos concentrada la historia de la villa, como comentaba al principio. Pero hay más que el visitante no debe perderse: el Palacio de los Infantes, en el Callejón de los Infantes; la Plaza de las Ocho Esquinas y el Barrio de San Roque; la Plaza Mayor o Plaza del Mercado -arquetípica castellana y donde se alza el Ayuntamiento, la Cárcel y la Posada del Sol-; la Casa del Doncel en las Travesañas; los restos de los recintos amurallados y sus puertas, la del Sol, la del Hierro la de Travesaña Baja; el Palacio Episcopal y Museo Diocesano; la Plazuela de las Cruces; el renacentista Parque y Paseo de la Alameda; las románicas iglesias de Santiago y San Vicente o el monasterio del Huerto. Y es que, amigo lector, aunque haya conocido y recorrido Sigüenza, siempre hay que volver una vez más. En sus calles siempre descubrirá un rincón y una historia que le harán viajar a una época de intrigas religiosas, políticas y palaciegas de las que fueron protagonistas obispos, damas y caballeros.

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