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Sí, en tu región tienes tomates, pero ¿tienes tomates de untar?

Sí, en tu región tienes tomates, pero ¿tienes tomates de untar?
El humilde rey del desayuno mediterráneo que separa al “que sabe comer”Estos son algunos de los motivos por los que el tomate no te sabe como antes Que no, que no hablamos de una salsa ni de un puré en bote. Tampoco de un invento moderno para decorar tostadas de aguacate. Hablamos del tomate de untar catalán, ese clásico mediterráneo que no se unta —se restriega— y que, cuando es bueno, no necesita nada más que pan y un chorro de aceite. El gesto es ancestral. Se parte el tomate por la mitad y se frota con decisión sobre una rebanada de pan. Si el tomate es de los buenos, la pulpa se funde con la miga y en la mano solo queda la piel. Nada más. Ni cuchillos, ni ralladores, ni trituradores. Eso es lo que hace que el tomate de untar sea más que un alimento: es una costumbre, una herencia y una declaración de principios. En cada desayuno, en cada merienda o vermut, hay algo de ese sabor del campo, del verano, de las meriendas con pan, aceite y un trozo de fuet en casa de la abuela. No todos los tomates sirven Y aquí llega la verdad incómoda: no todos los tomates valen para untar. No basta con que sean rojos o grandes. Para dejar huella en el pan, el tomate debe tener pulpa carnosa, piel firme y un punto justo de madurez. Los más apreciados son los tomates de colgar —o “de penjar”—, una variedad típica del Mediterráneo que se cultivaba para aguantar el invierno. Se colgaban en ristras y se iban usando uno a uno, cada mañana, durante meses. Esa carne densa, con una acidez natural, es lo que los hace perfectos para restregar. En Cataluña, Mallorca o la Comunidad Valenciana, estos tomates son sagrados. En Andalucía o en Castilla, el pan con tomate (o pan tumaca, pa amb tomàquet, pa amb oli) se ha convertido también en una seña de identidad compartida. Del huerto al pan: la sencillez que no se toca Un buen tomate de untar no se disfraza. No necesita ajo, ni especias, ni conservas. Solo un pan con alma —de los de corteza crujiente y miga viva— y un aceite de oliva virgen extra que merezca la pena. El resultado es un bocado que lo tiene todo: ácido, dulce, jugoso y salado. Un resumen del Mediterráneo en una sola tostada. Esa mezcla de tierra, sol y mar que no necesita receta ni etiqueta gourmet. La prueba del sabor La diferencia entre un tomate corriente y uno de untar se nota al primer roce. Si el pan se tiñe de rojo, si el aroma es fresco, casi floral, y si no hace falta ni sal… enhorabuena, tienes entre manos un tomate de verdad. Los mejores llegan de variedades locales que se cultivan con el mismo mimo con que se hacía hace un siglo. En lugares como Andaní Km0, se sigue respetando la tradición: tomates criados sin prisas, madurados al sol y recogidos justo a tiempo para conservar toda su esencia. El tomate de untar es mucho más que la base del pan tumaca: es cultura, identidad y memoria colectiva. Es la prueba de que lo simple, cuando se hace bien, puede ser sublime. Así que sí, probablemente en tu región haya tomates. Pero si no tienes tomates de untar… te estás perdiendo un pedazo del Mediterráneo más auténtico.

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