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El otro Alcázar: así es el espacio reservado a la realeza en el palacio más antiguo de Europa en uso

El otro Alcázar: así es el espacio reservado a la realeza en el palacio más antiguo de Europa en uso
Entre 2014 y 2015, sus jardines y salones fueron escenario de la serie 'Juego de Tronos', que los convirtió en el ficticio palacio de DorneEl Palacio Real de Riofrío: el retiro soñado de una reina olvidada Los Reales Alcázares de Sevilla no son solo uno de los monumentos más visitados del país ni un decorado para postales. En realidad, siguen siendo lo que fueron desde hace más de mil años: un palacio real en uso. Aunque gran parte del conjunto puede visitarse como patrimonio histórico, una zona permanece cerrada: el Cuarto Alto, reservado para el uso exclusivo de la Casa del Rey cuando se encuentra en la ciudad. Este espacio, con acceso restringido, convierte al Alcázar en el palacio real activo más antiguo de Europa, con funciones que van más allá de lo simbólico. En él, el monarca pernocta y mantiene actos institucionales cuando visita Andalucía. De fortaleza islámica a residencia real Construido en el siglo X como residencia del gobernador musulmán de la taifa de Isbiliya, el alcázar fue adaptado tras la conquista cristiana de 1248 como sede del poder castellano. Desde entonces, ha estado vinculado a la monarquía sin interrupciones. Alfonso X el Sabio encargó reformas de estilo gótico; Pedro I añadió las espectaculares yeserías mudéjares del palacio central; y Carlos V dejó su impronta renacentista en varias estancias. A lo largo de los siglos, cada reinado ha ido sumando capas arquitectónicas al conjunto, sin romper nunca su vocación original: la de espacio de poder habitado. La parte que no se enseña El visitante que recorre el Patio de las Doncellas o el Salón de los Embajadores probablemente no sepa que, justo encima, en el Cuarto Alto, se encuentra la residencia oficial del jefe del Estado en Andalucía. Esta planta superior, cerrada al público salvo en visitas muy reducidas y bajo reserva, conserva su funcionalidad: dormitorios, sala de estar, despacho, oratorio y piezas originales del mobiliario real. No es un decorado congelado en el tiempo, sino un espacio que se activa con normalidad cuando la Casa del Rey organiza actos oficiales en Sevilla. Allí se aloja el monarca, se celebra protocolo y se ejerce, aunque sea brevemente, la representación del Estado. Un palacio en funcionamiento A diferencia de otros palacios reales convertidos en museos, el Alcázar sigue cumpliendo parte de su función original. Cuando el rey viaja a Sevilla para actos oficiales —como entregas de premios, recepciones diplomáticas o reuniones con la Junta— lo hace aquí. En 2023, por ejemplo, presidió en estos salones la entrega de los Premios Nacionales de Investigación. Todo el dispositivo de protocolo y seguridad se despliega como en cualquier otro espacio institucional. El edificio se activa como sede del Estado, sin dejar de ser también un destino turístico, con más de dos millones de visitantes al año. El palacio que también es plató El uso oficial del Alcázar convive con su creciente protagonismo en la cultura visual contemporánea. Entre 2014 y 2015, sus jardines y salones fueron escenario de la serie Juego de Tronos, que los convirtió en el ficticio palacio de Dorne. El rodaje, autorizado por el Ayuntamiento, supuso una inyección económica de más de 400.000 euros, y abrió el debate sobre el equilibrio entre conservación y explotación comercial del patrimonio. A día de hoy, muchos de los visitantes llegan al Alcázar buscando los escenarios de la serie. Pero detrás del turismo, el edificio sigue cumpliendo funciones reales, lo que lo diferencia de otros platós patrimoniales. Jardines, leyendas y arquitecturas ocultas El Alcázar esconde también historias menos conocidas. Una de ellas es el llamado Baño de María de Padilla, un aljibe subterráneo que, según la leyenda, servía como lugar de baño para la amante del rey Pedro I. En realidad, era parte del sistema hidráulico almohade. También sorprende el pabellón de Carlos V, una pequeña joya renacentista en mitad de los jardines, que muchos visitantes pasan por alto. A lo largo del recorrido aparecen estructuras almohades, salones góticos, galerías barrocas y hasta reformas del siglo XIX. Es un palacio que no ha dejado de transformarse, sin perder su identidad original. Un modelo de gestión poco común A diferencia de otros palacios reales como los de Madrid, o Aranjuez, el Alcázar no está gestionado por Patrimonio Nacional, sino por el Ayuntamiento de Sevilla, a través de un patronato propio. La conservación, los ingresos y la gestión de las visitas dependen directamente del consistorio. Pero el uso del Cuarto Alto por parte del rey está protegido legalmente, y se activa en coordinación con la Casa Real. Este modelo mixto —uso municipal, función de Estado— es una singularidad en Europa, y permite reinvertir los beneficios turísticos directamente en la conservación del edificio. Archivo, restauración y trabajo silencioso Además de los espacios visitables, el Alcázar alberga un archivo documental con siglos de historia: actas, planos, correspondencia, informes de restauración… buena parte de la historia administrativa del monumento se conserva allí. También cuenta con un taller donde se restauran tapices y piezas artísticas, muchas de ellas en colaboración con instituciones nacionales. Son actividades menos visibles, pero que mantienen vivo el vínculo entre el edificio y su función como patrimonio en uso. Porque aquí el pasado no solo se muestra: se trabaja con él cada día. Donde sigue durmiendo el poder En una época en la que la mayoría de los palacios reales son museos vacíos, el Alcázar de Sevilla conserva algo más difícil de mantener: su función original. No alberga corte ni gobierno, pero sí sigue recibiendo al jefe del Estado, alojándolo, representándolo. Mientras miles de turistas fotografían patios y jardines, una planta más arriba aguardan dormitorios, escritorios y sillones que aún se usan. Y eso convierte este edificio no solo en un testimonio arquitectónico, sino en un espacio de poder que ha sobrevivido más de mil años sin necesidad de hacerlo evidente. Discreto, funcional, y, por eso mismo, único.

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