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El pueblo medieval que cambia de color en verano: las claves para visitarlo en una escapada

El pueblo medieval que cambia de color en verano: las claves para visitarlo en una escapada
Entre callejuelas empedradas y torres de piedra rojiza, esta localidad francesa cautiva a quienes buscan historia, belleza arquitectónica y calma en un entorno únicoEl pequeño pueblo medieval con un imponente castillo y calles empedradas en el que harás un viaje en el tiempo En el suroeste de Francia se oculta un enclave que parece detenido en el tiempo. Collonges-la-Rouge, en la región de Lemosín, en el departamento de Corrèze, es mucho más que un simple vestigio del pasado: es una sinfonía de piedra rojiza que en verano se transforma en un espectáculo cromático fascinante. El sol estival intensifica el tono bermellón de sus construcciones, haciendo que sus fachadas de arenisca parezcan cobrar vida. Esta particularidad visual ha convertido al lugar en uno de los pueblos más pintorescos del país y en un destino codiciado por quienes buscan escapadas llenas de autenticidad. Las casas, calles, iglesias y fortalezas que componen el trazado urbano fueron erigidas casi en su totalidad con esta roca de origen local, cuya tonalidad rojiza varía con la luz a lo largo del día y según la estación. En verano, cuando el cielo es despejado y la luz del mediodía cae con fuerza sobre la piedra, la villa se vuelve aún más intensa, como si su alma medieval ardiera bajo el sol. No es casualidad que Collonges-la-Rouge haya sido uno de los primeros pueblos incluidos en la prestigiosa lista de 'Les Plus Beaux Villages de France', que reconoce a las localidades con más encanto y mejor conservadas del territorio galo. Este pequeño municipio, con poco más de 500 habitantes, conserva un patrimonio arquitectónico notable, heredado de su historia como lugar de paso para peregrinos y nobles. Fundado en el siglo VIII alrededor de un priorato benedictino, el pueblo vivió siglos de prosperidad gracias al comercio, la agricultura y su posición estratégica. Hoy, sus torres puntiagudas, sus callejuelas empedradas y sus vestigios religiosos invitan al visitante a sumergirse en una experiencia visual y sensorial inigualable. Patrimonio que resiste el paso del tiempo Pasear por Collonges-la-Rouge es recorrer un museo al aire libre. Cada rincón esconde una historia, cada edificio remite a épocas de esplendor. La iglesia de Saint-Pierre, corazón espiritual del pueblo, es una de las joyas más destacadas. Construida entre los siglos XI y XV, su fachada presenta elementos románicos y góticos que hablan de una evolución arquitectónica sin rupturas. La iglesia de Saint-Pierre, con su mezcla de estilos románico y gótico. Fortificada durante las guerras de religión del siglo XVI, aún conserva parte de su torre defensiva. En su interior, una serie de capiteles esculpidos y restos de frescos medievales mantienen viva la conexión con el pasado.  El castillo de Vassinhac es otro de los puntos imprescindibles del itinerario. Levantado en el siglo XVI, este conjunto residencial conserva torres octogonales rematadas en tejados de pizarra que se elevan con elegancia sobre el perfil urbano. El edificio fue propiedad de una de las familias más influyentes de la región, cuyos miembros ocuparon altos cargos en la corte y dejaron una huella profunda en el desarrollo del municipio.  Cerca del castillo, se ubica la Capilla de los Penitentes, un templo del siglo XV que aún se utiliza para exposiciones y actos culturales. Sus vidrieras contemporáneas filtran la luz solar, generando juegos de color que armonizan con el entorno rojizo del conjunto urbano.  Otro testimonio del dinamismo de la villa en siglos anteriores es el mercado cubierto, una estructura del siglo XVI donde se comerciaba con cereales, vino y productos locales. A escasa distancia se encuentra el antiguo horno de pan comunal, todavía visible y recordatorio de la vida comunitaria que caracterizó la Edad Media.  Además del patrimonio monumental, el trazado urbano de Collonges-la-Rouge es una experiencia en sí misma. Las calles estrechas y sinuosas, delimitadas por casas con contraventanas de madera y jardines colgantes, ofrecen una postal perfecta en cada giro del camino. Las fuentes de piedra, muchas aún en funcionamiento, añaden un murmullo constante al ambiente sereno que caracteriza la villa. Este conjunto armonioso y bien conservado ha sido objeto de múltiples restauraciones desde mediados del siglo XX, cuando se fundó la asociación Les Amis de Collonges, precursora del movimiento para la conservación de pueblos históricos en Francia.

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