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Siete rutas a siete cascadas espectaculares repartidas por el norte de España

Siete rutas a siete cascadas espectaculares repartidas por el norte de España
De Catalunya a Galicia, siete escapadas para descubrir cascadas tan espectaculares como las de Sallent, Gujuli, Vilagocende, Nocedo, Xiblu, Asón y el imponente Salto del Nervión Una costa fortificada: 10 castillos que se construyeron para defender el litoral español Qué tendrán las cascadas, que a todos nos llaman poderosamente la atención. Al fin y al cabo, no son más que agua cayendo por un desnivel. La misma agua que vemos correr por los ríos, y en la que rara vez reparamos. Pero es cuestión de que haya un salto, una caída, para que todos nos quedemos atontados admirando la belleza de la naturaleza. Como si el agua hiciese algo excepcional, y no solo lo que la ley de la gravedad le obliga a hacer. Pero las cosas como son: las cascadas son preciosas, y cuanto más altas y caudalosas, mejor. En el norte de España hay un buen puñado, desde el interior de Galicia hasta los valles de Catalunya. Así que hemos seleccionado las de Sallent, Gujuli, Vilagocende, Nocedo, Xiblu, Asón y el imponente Salto del Nervión, no porque sean las únicas que merecen la pena, ni mucho menos, sino porque representan a la perfección lo que más nos gusta de ellas: una gran recompensa al final de un bonito sendero.  Eso sí, conviene tener en cuenta una cosa: el mejor momento para verlas en todo su esplendor es la primavera, cuando las lluvias y el deshielo alimentan los ríos. En pleno verano, algunas de estas cascadas pueden llevar muy poca agua o incluso secarse. Así que si la idea es verlas rugir, cuanto más reciente haya sido la tormenta, mejor. Cascada de Gujuli (Araba) Una ruta corta y fácil, con premio de altura. La cascada de Gujuli (o Goiuri) se desploma más de cien metros desde una pared caliza en el límite del Parque Natural del Gorbeia. El río Oiardo se lanza al vacío y crea uno de los saltos de agua más espectaculares del País Vasco. Desde el mirador habilitado, a solo diez minutos andando desde el parking, el paisaje impone a cualquiera: un cañón profundo, con una ladera cubierta de hayas y otra erosionada hasta casi los huesos. Cascada de Gujuli. Lo curioso es que aquí no solo hay geología, también hay leyenda. Dicen que un pastor llamado Urjauzi robó el espejo mágico de una lamia que se bañaba en estas aguas. Ella, enfadada, le convirtió en cascada. Por lo que igual no es casualidad que urjauzi, en euskera, signifique cascada. Así que nada de robar a las ninfas. Mejor limitarse a disfrutar de las vistas, sacar unas fotos desde el mirador y, si se tercia, llevarse un buen queso Idiazabal de las queserías cercanas. Seimeira de Vilagocende (Lugo) Entre castaños, robles y abedules, la Seimeira de Vilagocende aparece como por sorpresa al final de un sendero sencillo y bien acondicionado. Es uno de los saltos de agua más altos de Galicia, con más de 50 metros de caída vertical, y un rincón que parece sacado de una auténtica postal. La ruta, de poco más de un kilómetro, arranca cerca del pueblo de Vilagocende y discurre por pasarelas de madera que se integran con el entorno. Seimeira de Vilagocende. El sonido del agua se oye mucho antes de verla. Al llegar, hay un puente de madera que permite situarse justo a sus pies, donde el río Porteliña cae con fuerza entre las rocas. También se puede subir hasta un mirador superior para cambiar de perspectiva, aunque lo cierto es que observarla desde la base nos hace sentir especialmente pequeños. Esta seimeira forma parte de la Reserva de la Biosfera de Terras de Burón, un territorio poco conocido y con una naturaleza desbordante. Cascada de Nocedo (León) Aquí no hay que caminar mucho. Apenas cinco minutos desde la carretera, entre pasarelas y un entorno rocoso, te colocan de frente a esta pequeña pero preciosa cascada conocida como Cola de Caballo. Está en Nocedo de Curueño, en la montaña leonesa, y el arroyo Valdecésar es el encargado de saltar desde una roca para buscar las aguas del río Curueño. Es una escapada perfecta si se va con niños, porque no hay cuestas ni complicaciones. Y, además, el paisaje acompaña. El agua cae con fuerza en una especie de cavidad, creando un rincón fresco y acogedor. Luego se puede aprovechar el día para seguir explorando la zona: el precioso pueblo de Valdorria, las hoces del Curueño o alguna playa fluvial cercana. Aquí la montaña está al alcance de la mano.  Cascada del Asón (Cantabria) La ruta hasta la cascada del Asón es uno de esos paseos que apetece hacer en cualquier época del año, aunque en otoño, con las hojas cayendo, tiene un punto especial. Son unos 3,5 km hasta la base, siguiendo el curso del río, entre bosques de hayas, helechos y castaños. La recompensa es un salto de agua de 70 metros, espectacular por lo vertical y por el entorno en el que se encuentra: el Parque Natural de los Collados del Asón. Tiene incluso su propia leyenda, protagonizada por dos anjanas, esas hadas cántabras tan dadas a las travesuras. Una de ellas quedó atrapada para siempre en la cascada, convertida en agua y espuma. Y aún hoy su melena plateada cae desde lo alto. Realidades aparte, lo cierto es que este rincón del valle de Soba tiene algo mágico. La ruta es sencilla, bien señalizada y con varios miradores en los alrededores. Salto del Nervión (Araba/Burgos) Esta es la reina de las cascadas peninsulares: más de 220 metros de caída. Eso sí, también es una de las más caprichosas. El salto del Nervión no lleva agua todo el año, así que hay que acertar con el momento. Tras fuertes lluvias o a comienzos de primavera, la imagen es inolvidable. Desde arriba, desde el mirador del Monte Santiago, el río parece lanzarse al abismo. Desde abajo, desde el cañón de Delika, el espectáculo es aún más salvaje. Salto del Nervión desde abajo. La ruta más popular es la que sale desde el parking junto a la Casa del Parque. Apenas dos kilómetros de caminata llana por una pista entre hayedos. También hay opciones para los más aventureros, como llegar desde Untzaga o desde el fondo del cañón. Y si el salto está seco, consuélate pensando que estás en un paisaje digno de película, muy cerca además de la cascada de Gujuli, con la que forma un dúo de altura. Cascada del Xiblu (Asturias) La ruta hasta el Xiblu es una delicia por sí sola. Atraviesa el hayedo de Montegrande, uno de los más bonitos de Asturias, con árboles cubiertos de líquenes, antiguos caminos mineros y un aire limpio que casi se puede saborear. Es una ruta sencilla, perfecta para ir en grupo y con niños y que se recorre en poco más de hora y media (ida y vuelta) desde la braña La Puerca, cerca de Páramo (Teverga). Cascada del Xiblu. La cascada, o mejor dicho las cascadas, porque el Xiblu tiene tres saltos consecutivos, se precipita con fuerza montaña abajo hasta formar una pared de agua de unos 100 metros. El último tramo del camino, más empinado, requiere un poco de atención, pero el esfuerzo se olvida en cuanto aparece el rugido del agua. Es un rincón ideal para detenerse un rato, sacar fotos o simplemente dejarse empapar por el entorno. Literalmente. Salto de Sallent (Barcelona) En el corazón de Osona, cerca del precioso pueblo de Rupit, el Salto de Sallent se lanza desde lo alto de un risco con una caída que alcanza los 115 metros. Para contemplarla en todo su esplendor lo mejor es dar un paseo desde Rupit y 1,5 km después llegaremos a ella. El sendero es todo un clásico, se puede hacer en cualquier época del año y con niños, dada su baja dificultad.  Salto de Sallent. Se encuentra en los acantilados que separan el altiplano de Collsacabra de la sierra de Les Guilleries, un destino popular para los amantes de la naturaleza y el senderismo. El entorno es de los que enamoran, con bosques frondosos, riscos de roca caliza y silencio de montaña. Y además, el propio pueblo de Rupit es de lo que siempre merece la pena visitar.
eldiario
hace alrededor de 11 horas
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